El gusto por “darnos” (leedlo muy despacito, casi una línea por día. En serio)

A la gente del Zen nos gusta darnos, regalarnos, enteros o a trozos o como tenga que ser. Algunos maestros lo llaman “la gracia del don”. Porque con la práctica de zazen sucede que basculamos desde el ansia por recibir al gusto por ofrecer cualquier cosa que tengamos o seamos.

Pero incluso esto, que parece tan generoso, tiene leyes que hay que recordar de vez en cuando para que la acción sea realmente “buena” de acuerdo con el Orden Cósmico, que diría Deshimaru.


Porque ¿qué es realmente una buena acción? La Tradición dice: “Una buena acción es aquella que es buena para mí, es buena para ti y es buena para los dos”. Uno no debe olvidar ninguno de los tres elementos. Tienen que ser los tres.

Si solamente es buena para mí... pues soy un miserable egoísta. No parece que pueda haber duda en esto.

Si solamente es buena para ti... las cosas claras: o voy de santo o soy masoquista y, en cualquier caso, en cuanto te descuides, te pasaré factura.

La forma que recomienda la Tradición hace que el mundo sea un buen lugar para vivir. Todos.

Aquí van unas cuantas recomendaciones para hacer “bien” nuestro trabajo:

Que te guste y alegre hacerlo.
Que sepas ver los “budas” además de ver los “seres”.
Que sepas que, en realidad, no hay un tú que da y otro que recibe. Que, después de todo y de verdad, es el Universo que regalándose a Sí Mismo.

Más en concreto:

Ten presente que todo lo que puedas decir o pensar de otro es probable que haya sido dicho o pensado de ti.

Cuando se te haya ofendido de cualquier manera, recuerda que el que ofende siempre sufre más que la persona ofendida.

Procura que la fuerza de tu afecto hacia otro no perturbe tu equilibrio o el suyo. Tu ofrenda debe fortificarle y no debilitarle.

No sientas envidia por la capacidad de auxiliar que otro tenga. Más bien debes alegrarte de que tal poder exista para ayuda de aquellos a quienes el tuyo no alcanza.

Recuerda que nadie puede servir realmente si no ha llegado a adquirir el dominio de sí mismo.

Al dar, no sólo no debes exigir que tu protegido guarde para sí el don que le has hecho, sino que debes regocijarte si contribuye a que otro sea feliz.

No busques el fruto de tu servicio y no te entristezcas si aquél a quien has ayudado no pronuncia ni una palabra de agradecimiento. Sirves al alma y no al cuerpo; y aunque los labios permanezcan mudos, siempre te será dado percibir la gratitud del alma.

Uno de los actos de servicio más escasos, consiste en abstenerse de juzgar a una persona antes de haberla oído.

La mejor manera de servir consiste en aligerar el fardo, no en suprimirlo.

Ayudarás mejor a los demás, si te compenetras con su propio ideal. Es por lo que tienen de más noble en sí mismos que se les puede servir mejor.

Hay tantas maneras de servir, como personas en el mundo a quienes ayudar.

Muchas veces dar consiste en recibir.

Si una persona rechaza el modo como tratas de servirla, procura encontrar otra forma; ya que tu deseo es servirla, y no imponerle tu manera de hacer.

No temas ofrecer tu ayuda a quien la necesita, le conozcas o no. Su desamparo le hace hermano tuyo. Y tu timidez sería una forma de orgullo que le privaría de consuelo en su dolor.

El mejor modo de persuadir a una persona para que siga un buen consejo, consiste en practicar uno mismo aquello que se aconseja.

Si deseas que se crea en tus buenas intenciones, debes dar crédito a las de los demás.

Si llegas a creerte mejor que los demás por el hecho de que estás aprendiendo a servir, y porque te parece que ellos no siguen el mismo camino... desde ese mismo instante dejas de servir.

Una persona puede pedirte que le ayudes de diversas maneras. Pero tu mejor ayuda será darle aquello que necesita y no lo que pueda desear. Y aunque la forma que tu servicio revista parezca disgustarlo, trata sin embargo, que sea aceptado con agrado.

Es preferible hacer primero y hablar después. Pero, en general, lo mejor es actuar y guardar silencio.

El que está dispuesto a consagrarse al servicio, debe prepararse a abandonar todo lo que tiene, por la prioridad de servir.

La aptitud de alguien para el servicio, sólo puede ser juzgada por la manera cómo se conduce en la vida diaria, en la de familia, en su trabajo y no por los libros que escriba, la reputación que goza, sus discursos o actos públicos. Las grandes acciones, fácilmente conocidas, no constituyen la grandeza del hombre, sino los pequeños actos cotidianos en que se olvida de sí mismo, y en los que nadie, por lo general, pone atención.

De los muchos que están listos para servir, la mayoría emplea diferentes medios, menos el conveniente. Descuidan a los que deberían ayudar, por aquellos a quienes desean servir.

No hay nadie en el mundo que no tenga necesidad de alguna cosa; ni tampoco persona alguna que no esté en condiciones de dar algo.

Cuando trates de ayudar a alguien, no te impacientes por sus debilidades. Estas son las que te permiten el privilegio de servirle; pues de lo contrario no tendría necesidad de tu ayuda.

Así como no hay dolor que no envuelva la promesa de un goce futuro, tampoco hay flaqueza que no deba transformarse algún día en una noble cualidad.

Cuando ayudes a otro, no olvides que la energía que él pone al servicio de un defecto puede convertirse, gracias a tu ayuda, en energía que habrá de utilizar para manifestar una virtud. No podrás cambiar la energía en sí; pero trata de cambiar su forma y dirección.

La débil ayuda que puedes prestar ya, con tus recursos actuales, tiene más valor que el eficaz auxilio que imaginas podrías prestar si esos recursos fueran mayores.

Nuestro deber es ayudar siempre a los demás, y rara vez juzgar sus actos.

Cuando criticas la forma de servir de otro, olvidas quizás que él ayuda a quienes tú no podrías auxiliar con tu manera de servir.

El mejor servicio que puedes hacerle a otro, es manifestar en tu propio carácter las cualidades que a él le falten.

La manera de poner a prueba el valor de tu servicio cotidiano, en relación con el de los demás, consiste en observar si, día a día, te sientes más tranquilo, más contento, más feliz y más tolerante.

El mundo reclama de cada cual, su mejor esfuerzo; pero jamás debe pretenderse realizar también el deber que a otro corresponda. Cuando has hecho todo lo que puedes, has hecho todo lo que debes.

El hecho de que alguien rechace tu oferta de servirle, no debe ser excusa para que le niegues ayuda más tarde. Quien rehúsa aceptar servicios descubrirá, a su tiempo, que es el que tiene más necesidad de ellos.

Procura no rechazar lo que alguien te ofrezca espontáneamente; pues tanto se sirve al aceptar servicios como al darlos.

Cuando hayas servido tan eficazmente como te ha sido posible y de todo corazón, no te afanes por los resultados; El Universo se encarga del resto.

El verdadero perdón consiste en el esfuerzo que hace el corazón para ayudar a vencer la debilidad por la que se nos ha pedido perdón.

Mientras más borroso sea tu ambiente, mayor es la necesidad de que lo hagas hermoso con actos de servicio.

No temas proclamar el origen de tu propia inspiración para servir; pues dar a conocer la fuente de tu felicidad es una de las más bellas ofrendas que puedes brindar al mundo.

Una persona que no es verdaderamente feliz no puede servir realmente.

No creas que sólo sirven aquellos actos de servicio que pueden verse. Los más grandes servicios son los que nadie ve.

Todo servicio que hagas a otro con cariño y desinteresadamente, es como si fuera un ángel guardián que creas y colocas a su lado para animarlo y protegerlo. Cuanto más amor pongas, más fuerza tendrá.

Al dejar para mañana un acto de servicio, has perdido quizás una ocasión de ayudar. El servicio oportuno que hoy día no se cumple, tal vez mañana sea innecesario.

El juicio que hagan los demás sobre tus actos de servicio, tiene infinitamente menos importancia que el juicio de tu propio corazón.

Cuando sufras, procura recordar que estás adquiriendo un poder siempre creciente de simpatizar con los sufrimientos de los demás. Porque después que hayas sufrido cierto dolor, podrás comprender mejor, al menos en la medida que tú lo soportaste, el sufrimiento que a los otros ha producido un dolor semejante al tuyo.

Uno de los deberes que más se descuida, consiste en escuchar, con silencio y cortesía. Pues, por el sólo hecho de escuchar con interés lo que tiene que decirnos, ya le hemos prestado la mitad del servicio.

Muchas personas desean y se creen capaces de servir en un lugar determinado... pero no todos querrían servir en cualquier parte.

Hay dos aspectos de la Unidad que los que quieren servir deben comprender: el aspecto dolor y el aspecto alegría. El uno enseña una lucha común de la que todos tienen que participar; en tanto que el otro proclama un fin común hacia el cual todos tienen que dirigirse.

El servicio en el mundo físico es la acción; la simpatía, en el mundo emocional, y la comprensión, en el mental.

Si donde actualmente estás eres incapaz de descubrir ocasiones de servir, más incapaz serías allí donde quisieras estar.

Los actos de servicio más verdaderos, son los que hacemos instintivamente.

El servicio es la expresión de una cualidad en armonía con tu deber, de acuerdo al ambiente que te rodea. Por ejemplo, ante los más avanzados que tú en sabiduría, la mejor expresión de amor es la reverencia; ante los que saben menos, es la protección.

Lo mismo que la misericordia, el servicio es dos veces bendito: bendice el que da y el que recibe.

El conocimiento del Yo interno se adquiere por el servicio del yo externo.

Hay algunos que no prestan servicios a menos que encuentren muestras de aprobación en su ambiente. En cambio, a otros los impulsa a servir la necesidad de los que les rodean.

Si eres capaz de reconocer tus faltas, los demás reconocerán con agrado tus virtudes.

Si comienzas a sentirte orgulloso de tu influencia sobre otros, observa qué parte se debe a tu posición y qué otra a tu carácter. Pues toda persona, por el hecho de encontrarse en situación destacada, ejerce una influencia especial sobre los demás.

Así como hay amigos de las horas felices, también hay servidores de los días hermosos.

Estudia tu corazón, a fin de discernir si hay parte de egoísmo en tu deseo de servir.

Los actos de servicio de la mayoría, tienen su origen en la costumbre; los nuestros deben tenerlo en el amor.

Uno de los signos más ciertos de un afecto leal y puro, consiste en poder pedir un favor a un amigo que comprenda el verdadero alcance de nuestra solicitud.

La gente que se imagina que debe ser mejor tratada por los demás, es por lo general, la misma que debiera tratar mejor a su prójimo.

La Vida registra todos los actos de servicio; los hombres sólo anotan los que pueden comprender y aprobar.

No hables de otros como no quisieras que ellos lo hicieran de ti.

El único conocimiento que tiene valor es el de un ánimo tierno (ya lo decía Dogen después de mucho buscar).

A veces nos es difícil comprender que el hombre que carece de amigos tenga más necesidad de nuestro afecto que el que tiene muchos. Si no ha podido hacerse de amigos, es justamente un motivo más para que nosotros le consideremos como a tal.

Los que verdaderamente saben, no pueden enorgullecerse de su ciencia, pues saben también cuánto ignoran.

Siempre que estés entre extraños, procura más bien merecer su benevolencia, que no impresionarlos con tu importancia personal.

Antes de criticar las faltas ajenas, imagina haberlas cometido.

Vale más que procures adaptarte a tu trabajo, que lamentarte de que ese trabajo no te conviene.

Los que están descontentos por la manera como se les reconocen sus servicios, no han aprendido todavía el verdadero don de dar.

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